SOLEDAD
SOLEDAD
Al final, lo único que me llena es mi soledad….!!
Vaya día nublado, pensaba aquella personita… triste como todos los que ya había vivido. Aquella mañana no fue tan diferente a las anteriores, cielo gris, aquel día llevaba puesto ropa nueva, había gente a su alrededor, y la soledad que lo seguía a donde quiera que vaya. Así vivía José.
Caminaba entre las personas por las aceras de la ciudad, tan bulliciosa y agitada, llena de paredes sucias, letreros brillantes anunciando productos inservibles que volvían loca a la gente por adquirirlos como fuese posible, autos por doquier con sus conductores alterados y agitados por la ira que los corrompía al gritar a los demás palabras obscenas y otras grotescas mientras sus autos permanecían inmóviles en medio de las avenidas, e irónicamente le llamó la atención algo en particular, en una de las paredes yacía una frase que decía “La soledad es indispensable para saber disfrutar de la compañía...”, estático y confundido se detuvo en frente de aquella enorme pared que rodeaba la casa de una de las personas con más dinero en la ciudad; y, pensó “la soledad siempre está a mi lado, cuando iba a disfrutar de la compañía?”.
Llevaba apenas 10 años de edad encima, y sobrevivía a diario de las pocas monedas que conseguía al vender unos cuantos dulces rancios que aún guardaba de los días anteriores los cuales no había podido venderlos. A veces le iba mejor cuando salía a vender con un amigo que él tenía, se llamaba Rafael, quien ya había cumplido 11 años de edad, él era lo más cercano que tenía y a la vez lo más parecido a un hermano, José lo admiraba mucho, pues iba a la escuela, y sabía muchas cosas, cuando José no lograba vender nada, su amigo le ayudaba con algo de dinero de sus ventas para que pudiera comer algo en la noche. Lastimosamente José había enfermado y reposó en su hogar, un enorme tubo de agua que había sido abandonado a un lado del parque, ese era su refugio por varios años, el niño lo había adecuado para que fuese algo parecido a un cuarto. Dentro del tubo había armado una cama pequeña con un colchón muy delgado y duro, pesado, que había encontrado fuera de una casa, tal vez lo desecharon por viejo, pero no le importó y se lo llevó, tenía unas cuantas mantas que las usaba para cubrirse por las noches, había hurtado unas cuantas maderas de una carpintería de la zona, y con ellas logró cubrir el un lado del tubo y por el otro hizo una puerta pequeña por donde el cabía. Cuando llegaba por las noches se aseguraba que nadie lo viera, pues había más indigentes cerca del parque, y temía que alguno mayor o más fuerte que el pudiese arrebatarle lo que a José le costó construir. Pero alguien ya lo había visto antes, la dueña de aquél colchón lo había observado ya por días, y fue ella quien colocó el colchón intencionalmente para que el niño se lo llevara. Doña Cecilia era una mujer de avanzada edad, de aquellas señoras que en su juventud fueron cascarrabias, que vivían enojadas con la felicidad del resto de personas que la rodeaban, una mujer sin alegría, cuya maldad se reflejaba en su rostro; pero que aprendió a la fuerza, pues cuando tenía alrededor de 65 años su esposo enfermó, tenía síntomas similares a los de una gripe, así que doña Cecilia no le tomó mucha importancia a la fiebre y la sudoración de su esposo, y continuó observando molesta por un borde de la ventana de su cuarto como la gente gozaba feliz en el parque junto a su casa. Pero una noche su esposo empeoró, le llamó mucho la atención al observar en el cuello de su marido que varias protuberancias había aparecido, y las tenía más inflamadas en sus axilas; comenzó a temblar, nerviosa, y asustada llamó a un taxi a que lo llevara urgentemente a un hospital. Ya dentro del mismo, Cecilia junto a un enfermero lo condujeron en una vieja silla de ruedas a su marido a que el doctor de turno lo atendiera, “pasen por favor, enfermero recuéstelo en la camilla y prepare unas inyecciones que vamos a tomar varias muestras”, a lo que el enfermero reaccionó con rapidez, sobre la bandeja plateada de la camilla tenía listas varias inyecciones con agujas gruesas y muy largas, varios frascos en los que colocarían las muestras, y una pequeña bandeja metálica con algo de agua tibia con una toalla para calmar la fiebre del paciente, luego de varias horas de análisis, ingresó el doctor a uno de los cuartos en los que había colocado a la pareja para introducir suero en el paciente pues había sufrido una severa deshidratación. “Señora lamento lo que voy a decirle, pero la salud de su esposo es muy grave, por la gravedad de la misma dudamos que sobreviva”; el doctor le explicó que las protuberancias del hombre era inflamación de los ganglios linfáticos, y que se produjeron por la continua exposición de productos químicos, ella le explico que era ingeniero químico y que solía trabajar con ese tipo de cosas, y se echó a llorar, mientras el doctor continuó explicando que su esposo tenía leucemia linfoide, y que los linfocitos de su sangre estaban casi afectados en su totalidad y que esa era una situación crónica, y debido a su edad fue aún más vulnerable y por esa razón lo afectó con rapidez, tal vez si lo traía con anterioridad hubiera habido una posibilidad de controlar el avance del cáncer, pero lo el doctor lo lamentaba, no había más remedio.
Cecilia se sentía devastada y culpable, por su terquedad y egoísmo estaba perdiendo a la persona con quien había compartido la mayor parte de su vida, y no fue capaz de brindarle un poco de atención, si tan solo lo hubiera llevado al doctor unos días antes….
Habían pasado ya casi 4 años desde la muerte de su esposo, y en ella se notaba un cambio espectacular, dejo de ser la persona amargada y mala que gritaba a las persona sin razón, anónimamente comenzó a ayudar a las personas de bajo recurso que vivían en la intemperie, en los suelos del parque, hasta que notó a José, y vió en el la alegría reflejada en su sonrisa, en su inocencia, y hubo un poco más de preferencia por él.
Un día lo vió llegar débil y algo pálido, arrastraba sus pies acercándose cada vez más a su casa, su enorme tubo, y pensó “que le podrá pasar a aquel niño”. Y los 3 días siguientes no lo volvió a ver. Intrigada, salió una mañana con dirección al tubo, pues pensó que el niño se había ido del lugar, cuando llegó le costó ingresar al “cuarto” de José pues el pequeño había asegurado las tablas con mucha fuerza. Después de unos minutos de haber forzado la tabla, vió al pequeño recostado en el colchón que ella le había regalado, sudoroso, y hervía en fiebre, le recordó a su esposo antes de morir. Así que doña Cecilia golpeó el rostro del pequeño para saber si estaba bien, y el solo movió su cabeza y sus ojos a medio abrir observaron la silueta de una mujer que lo levantaba.
La señora lo llevó a toda prisa al hospital, y al ingresar se encontró con el doctor que alguna vez le dió una noticia muy penosa, y le rogó al mismo que la ayudara, que no quería cometer el mismo error que algunos años atrás cometió, a lo que el doctor accedió, ayudaron al niño y doña Cecilia desapareció pidiéndole al doctor que simplemente le dijera al niño que quien salvó su vida era nada más que una amiga.
7 días después de lo sucedido el pequeño había pasado su enfermedad, y despertó, en un hermoso cuarto blanco, abrió lentamente sus ojos y en la mesa de noche que estaba a su lado derecho vió que reposaban dentro de un hermoso florero de cristal varias rosas blancas, y una pequeña nota que le deseaban su pronta recuperación, él la leyó pues su amigo Rafael en uno de sus tiempos libres le había enseñado varias cosas que aprendió en la escuela. En una de las sillas había un conjunto de ropa que le cazaban perfectamente, así que se levantó se quitó su bata y miro cuan limpio estaba su cuerpo, se puso la ropa y salió del lugar. Estaba desconcertado pues no sabía que sucedió, ni quien lo salvó, caminó a lo largo del pasillo del hospital hasta la puerta de salida, y continuó su paso por las aceras de las ciudad. Hasta que una frase le llamó la atención “La soledad es indispensable para saber disfrutar de la compañía...” pero nunca más tuvo, aquel día en uno de los periódicos locales leyó que un niño había muerto en un accidente automovilístico cuando el conductor del mismo lo había arrollado, supo que era a quien el más admiraba, su amigo Rafael, pues en la foto se observaba el lugar al que el pequeño por las noches solía acudir a trabajar. Continuó su paso, triste y solitario como siempre y lo único que se preguntó… “la soledad siempre está a mi lado, cuando iba a disfrutar de la compañía?”.
Autor: Andres Medina
Fecha: 17 de Julio del 2011
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